Ayer empezamos con nuestro TALLER DE EXPLORACIÓN VOCAL! Un encuentro muy lindo. Todavía pueden sumarse el próximo VIERNES! Escribime a tierracantando@gmail.com.
Les comparto el texto con el que terminamos, que está en el prólogo del
libro "Free Play" de Stephen Nachmanovitch, con cuento y todo:
Un dios lo puede hacer. Pero ¿me diréis cómo puede un hombre penetrar en las cuerdas de la lira?
Rainer Maria Rilke
Hay una vieja palabra en
sánscrito, Líla, que significa Juego (no olvidar que en inglés "play"
significa a la vez jugar y ejecutar un intrumento musical, "Play the
violin" y también representar un papel en una obra teatral "play a
part"). Es más rica que nuestra palabra : significa "juego divino", el
juego de la creación, el plegarse y desplegarse del cosmos. Líla, libre y
profundo, es a la vez el deleite y el goce de este momento, y el juego
de dios. Tambien significa amor.
Líla puede ser la cosa más
simple del mundo: espontáneo, infantil, ingenuo. Pero a medida que
crecemos y experimentamos las complejidades de la vida, puede también
ser el logro más difícil y arduo de obtener imaginable, y cuando
fructifica es como si llegáramos a nuestro verdadero ser.
Quiero empezar con un cuento. Es una transicripción de fuentes
japonesas, y cubre toda la extensión del viaje que haremos en estas
páginas. Nos de una muestra del logro del juego libre, de la clase de
impulso creativo de donde surgen el arte y la originalidad. Es la
historia del trayecto de un joven músico desde el mero brillo hasta un
rendimiento artístico mas genuino, que surge sin obstáculos de la fuente
misma de la vida:
En China inventaron una nueva flauta. Un
maestro de música descubrió las sutiles bellezas de su tono y la llevó a
su país, donde dio conciertos por todas partes. Una noche se reunió con
una comunidad de músicos y amantes de la música que vivían en cierta
ciudad. Al final del concierto lo invitaron a tocar. Sacó la flauta y
tocó una pieza. Cuando terminó hubo silencio en la habitación durante
largo rato. Luego se oyó la voz del más viejo de los presentes desde el
fondo del salón: “¡Como un dios!”.
Al día siguiente, mientras
este maestro hacía las maletas para marcharse, los músicos se acercaron y
le preguntaron cuánto se tardaría en aprender a tocar la nueva flauta.
“Años”, respondió. Le preguntaron si tomaría un alumno y respondió que
sí. Cuando se fue, los músicos decidieron entre ellos enviarle a un
joven, un flautista brillantemente talentoso, sensible a la belleza,
diligente y confiable. Le dieron dinero para vivir y para pagar las
clases del maestro y lo enviaron a la capital, donde él vivía.
El alumno llegó y fue aceptado por el maestro, quien le dio una sola
melodía simple para tocar. Al principio el alumno recibió instrucción
sistemática, pero aprendía sin dificultad todos los problemas técnicos.
Llegaba para la clase diaria, se sentaba y tocaba la melodía... y el
maestro sólo podía decir: “Falta algo”. El alumno se esforzaba de todas
las formas posibles; practicaba horas y horas, pero día tras día, semana
tras semana, todo lo que el maestro decía era: “falta algo”. El alumno
le pedía al maestro que cambiara la melodía, pero el maestro se negó. La
ejecución diaria de la melodía, y la diario respuesta “falta algo”
continuaron durante meses. La esperanza de éxito del alumno y su miedo
al fracaso se intensificaban, y oscilaba entre la agitación y el
abatimiento.
Finalmente, ya no pudo seguir soportando la
frustración. Una noche hizo la maleta y huyó sigilosamente. Siguió
viviendo un tiempo más en la capital, hasta que se quedó sin dinero.
Empezó a beber. Por fin, ya en la miseria, volvió a su tierra natal.
Como le daba vergüenza mostrar la cara a sus colegas, encontró una choza
en el campo. Todavía poseía sus flautas, todavía tocaba pero no
encontraba nueva inspiración en la música. Los granjeros que pasaban le
oyeron tocar y le enviaron a sus hijos para que les enseñara los
rudimentos. De esa manera vivió durante años.
Una mañana
alguien golpeó a su puerta. Era el virtuoso más viejo del pueblo, junto
con el más joven de los estudiantes. Le dijeron que esa noche darían un
concierto, y que todos habían decidido que no se haría sin su presencia.
Con cierto esfuerzo vencieron los sentimientos de miedo y de vergüenza
del músico, quien casi en trance tomó su flauta y fue con ellos.
Comenzó el concierto. Mientras el público esperaba detrás del
escenarionadie interrumpió su silencio interior. Por fin, al final del
concierto, lo llamaron al escenario. Se presentó con sus ropas
harapientas. Miró la flauta que tenía en las manos: descubrió que había
elegido la flauta nueva.
Entonces se dio cuenta de que no tenía
nada que ganar ni nada que perder. Se sentó y tocó la misma melodía que
había tocado tantas veces para su maestro en el pasado. Cuando terminó
se hizo un largo silencio. Luego se oyó la voz del más viejo, quien dijo
con suavidad desde el fondo de la habitación: “¡Como un dios!”.
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